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Tierra de nubes



"¿Te vestirías como esa gringa?"





Ropa, crema, maquillaje, una bolsa extra, libreta, lápices, plumas, mi T3 y hartas ganas de sentir el frío de La Tierra de Nubes. Había un miedo escondido por no saber dónde pisar, Ciudad Monstruo con sus ruidos y pestilencias se quedaba atrás.

Lo primero, el intenso olor a chocolate, Ignacio de Loyola, San Judas Tadeo, el hambre que me obligó a buscar un puesto de tacos, quesadillas, lo que fuera. Al final tres bocados de tortilla de chile con papa y un puño de chapulines.
El aire acondicionado de un cajero, las demás costumbres chilangas; sacar el celular pa’ver el maps y saber dónde chingados estaba, las cadenas comerciales, los adoquines fingidos, el gentío, los semáforos que nadie respeta, los shortsitos cafés y caritas quemadas por el sol, me recordaban mi tierra, un pedacito de Ciudad Monstruo, para que no la extrañara.

Mi anfitriona, a quien le debo una lista de disculpas (porque somos las mujeres del perdón y el disculpa) me esperaba en las escaleras de la Catedral, ahí frente al árbol de Navidad, o la cosa esa cónica que estaba en la plaza principal al lado del campamento de maestros y sus reclamos.

La obligué a buscar la casa de Álvarez Bravo, quería ver aunque fuera la fachada porque fetichista y aprensiva, llegamos hasta una esquina que olía a café, de frente a nuestros pasos el marco de una puerta encuadraba a tres personajes a lado de un tórculo, pero los grafos que buscaba estaban en la esquina contraria, un patio central, salones a manera de galerías, colgando de sus paredes haluros de plata reducidos bien enmarcados, sin la solemnidad de los grandes museos.

En medio de esos salones, descubrí que fui bien adiestrada, mi cuerpo alejadito de los marcos se estremeció cuando unos dedos tocaron el cristal de “la obra”, un frío a modo de mestoycagandodesusto me puso a pensar en cómo habito los espacios, qué valor tienen esos objetos para mí, cómo alguien necesita hacer uso del tacto para ver lo que está frente a sí, cuáles son las reglas que mi cuerpo tiene interiorizadas, desde cuándo están ahí.


Días antes de mi llegada, busqué la historia de Rey Condoy y su hermana Tajëëw, porque la primera vez que la escuché mi alma se aferró a un día pisar La Tierra de Nubes. Yo le pedí al universo pero no creí que me daría tanto ni en tantas formas.
Una familia que cuando el viento salía de sus bocas cantaba, música, comida, tepache, un techo, risas, montañas, un machete que no me rebano pero me hace sentir vergüenza. Ser consciente de mi incredulidad, mi ignorancia, mi falta de juicio, mis silencios frente a un mundo que desconozco, paredes que cuentan historias, sones y vientos para bailar en una plaza de ojos especuladores, tres tiempos al comer, el brillar de la tierra cuando amanece y comienza a descongelarse, ser la otra, reconocer los privilegios de mujer de ciudad.

Esta impotencia que aún me acompaña porque temo ser asesinada, pero sé que algunas gritarían por mí a diferencia de quienes gritan entre las montañas, se ahogan entre las lágrimas y me recuerdan que ninguna condición es igual a otra, las oscuras historias familiares susurrantes entre el orgulloso sonido de las bandas de viento y sus tubas brillosas.

No sólo volví con dos estrellas fugaces en la memoria, Tajëëw me dejó sentirla, con el perdón de la gente de Xää’mkëjxm pero a mí nadie me quita de la cabeza que esas curvas de la carretera no están no más por estar, si Condoy es toda la sierra, Tajëëw acompaña en forma de camino a su hermano. No olvido el camino por donde llegué, era como transitar la forma de una serpiente acariciada por nubes.

Todas las disculpas se convirtieron en agradecimientos, ni en mis sueños más locos creí ser tan dichosa y recibir tanto. Conozco a un puñado que anhelaría el regalo que a mí me dieron, no pude en aquel momento explicar por qué no era necesario un paseo turístico, o aventuras.
Pude ver, probar, oler y hacer tanto que ningún paseo audaz y turístico se compara, no lograría darme lo que me obsequiaron. Su cotidianidad y hospitalidad no tiene paralelo en el universo, y, como fetichista declarada, visto los magueyes, soles y montañas que me regalaron.










*Ahora, cuando escucho a un gato maullar no puedo evitar reírme a carcajadas.

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